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El sonido en los snacks, no es casualidad… está estudiado.

Imagínate abrir una bolsa de patatas fritas para ver a España en la Eurocopa de fútbol y de repente… no crujen, están blandas. ¿Qué haces? tirarlas, ¿verdad? Algo en nuestro cerebro se activa y nos indica que algo no va bien. Falta algo. Ese algo es el «crunch» esa sensación y sonido crujiente al masticar. Pues esto no es casual.

Existen multitud de estudios. Desde UK a Alemania, EEUU o Japón han estado décadas investigando nuestro comportamiento ante estímulos como el crujido (o ausencia del mismo) en los alimentos. Y los resultados son indiscutibles: Si cruje, en referencia a los snacks, consumes más. El sonido que produce un aperitivo de bolsa influye al 100% en la experiencia multisensorial que está tan vinculada al placer y a la satisfacción. Y es tan importante o incluso más que el sabor.

Esta causa-efecto está tan estudiada que hasta se le ha puesto nombre, sinestesia auditivo-gustativa. En diferentes de estos estudios se sometieron a varios individuos a la ausencia total y absoluta de ruido externo y a otros con ruidos externos de mayor o menor intensidad. Las personas que menos consumieron o se sintieron claramente insatisfechas fueron las que se encontraban en un entorno de total ausencia de ruido (silencio total).

Los alimentos crujientes suelen producir sonidos de alta frecuencia (por encima de los 5 kHz). Por debajo de esta frecuencia ciertos alimentos se asocian con lo rancio o pasado y el cerebro nos empuja a consumir menos o directamente no hacerlo. Sin embargo un exceso de ruido (en esta frecuencia) disminuye nuestra capacidad de saborear lo dulce.

Pero esto también depende de la cultura. Los japoneses son más sensibles (y menos tolerantes) al crujido de un snack que un europeo y los norteamericanos son los más tolerantes en este aspecto.

Este efecto no es ajeno en la industria y las empresas de snacks buscan maneras de enriquecer aún más la experiencia con productos no sólo sabrosos, también sonoros. 

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