Una sidra no es una cerveza y viceversa y quizá aquí comience el principal problema. Las comparaciones. El consumo de sidra en España va «por barrios» donde el norte gana y por goleada al resto del territorio en cuanto a consumo se refiere. Pero incluso su posicionamiento, queriendo acercarse más a la cerveza que a su propio concepto de bebida, puede que esté jugando en contra de la sidra.
Para empezar deberíamos distinguir entre una sidra de manzana y una bebida de sidra, aromatizada (o saborizada). La primera entraría en la categoría de un fermentado con una elaboración más propia del vino que de la cerveza y la segunda se acerca más a un refresco. La balanza está claramente descompensada donde tanto el consumo como la producción serían de un 80% sidra y un 20% otras bebidas de sidra. Ahora metamos en la ecuación esto pero sin alcohol.
Técnicamente cuesta darle encaje a una sidra «sin» ya que el alcohol juega un papel fundamental en la construcción de la bebida. Aporta textura, estructura… lo otro es un mosto de manzana carbonatado. Es por ello que todo debe comenzar en el mismo proceso de producción. Fermentar el mosto de manzana eliminando o reduciendo la proporción de alcohol. Como se hace en la cerveza.
El mercado está preparado para ello. El cliente más joven se relaciona de manera diferente y busca momentos de ocio donde el alcohol no tiene cabida o sí pero de forma reducida. La categoría ya está creada sólo hay que entrar a jugar pero con un producto digno, no disfrazado.