Hace unos meses escribía sobre la aparición de nuevas zonas vinícolas en el mundo. Países como Bután, Birmania e incluso el bajo Himalaya. Zonas completamente inéditas y todavía por explorar en esto del vino pero con un potencial inmenso, con permiso del cambio climático.

Hoy me meto de lleno en la parcela (nunca mejor dicho) de mi vecino y amigo Alejandro Paadín, auténtico experto en la materia y trotamundos vinícola. El cual seguro podría dar mas detalles sobre este asunto.

Pero una cosa es comenzar a elaborar vinos en una zona donde nunca antes se ha hecho y otra es dar a conocer al mundo la singularidad de los vinos de… Japón. Algo parecido, si se me permite la comparación, a lo que pasó en su día con el whisky de este país.

El país nipón no es un recién llegado al mundo del vino. Evidentemente no cuentan con la tradición de la que gozamos en Europa pero llevan algunos años de ventaja al respecto de otras zonas en el planeta en cuanto al cultivo de la vid y elaboración de vinos. A día de hoy existen más de 400 bodegas repartidas por todo el país pero muy especialmente en el norte, en la isla de Hokkaido y en la prefectura de Yamanashi, en el centro de Japón.

¿Y qué puede aportar una zona tan desconocida como Japón al mundo del vino? Por un lado vinos de corte clásico elaborados con variedades conocidas como la Pinot Noir, Chardonnay o Merlot. Y para los que se atrevan a dar un salto hacia terreno desconocido, vinos elaborados con variedades autóctonas como la Koshu o la Muscat Bailey que dan lugar a vinos fascinantes y con un giro hacia lo natural.

Bodegas locales como Domaine Takahiko, Domaine Tetta o Grape Republic ya han logrado posicionar sus vinos en las cartas de algunos de los mejores restaurantes de Nueva York, Londres o París. Y no vienen solos. Grandes empresas niponas como Kirin, Suntory o Sapporo acompañan a estas bodegas y a sus vinos por el mundo.