La vainilla es un sabor y un aroma universales. Lo podemos encontrar en infinidad de alimentos y bebidas pero también en perfumes y productos de cuidado personal. Se trata de una especia que se extrae de una variedad de orquídea cultivada en regiones tropicales y subtropicales. La vainilla más apreciada procede de Tahití, Madagascar y México. Y esto podría no terminar bien.
Debido a su alta cotización en el mercado su cultivo se realiza de forma incontrolada en estas regiones y es responsable de la deforestación de enormes extensiones de selva tropical. En Madagascar, país con especies animales y vegetales casi únicas en el planeta lo está sufriendo especialmente.
La UE está revisando la lista de productos incluidos en su Reglamento de Deforestación (EUDR) y la vainilla podría entrar en este listado en breve. Si esto sucede, el mercado de la vainilla prácticamente se detendría y su ya elevado precio subiría aún más.
Combatir la deforestación está dentro de los objetivos de la Agenda 2030 ya que impacta enormemente en la biodiversidad y cambio climático.
No todo está perdido y es que ya se están adoptando medidas como cultivos regenerativos por parte de algunos productores (con el apoyo de alguna multinacional) así como la gran esperanza: La vainilla sintética. La vainillina es un compuesto de laboratorio que replica las propiedades aromáticas de la original.