Un debate que aparece a menudo es el de la seguridad alimentaria de los edulcorantes y muy concretamente el de la sacarina. Numerosos rumores y hasta algo de leyenda urbana sitúan a este edulcorante como algo a evitar.
El uso de la sacarina está muy extendido y su consumo es seguro, dentro de unos niveles. En la UE es un aditivo autorizado y se incluye como tal en el reglamento (CE) 1333/2008. Su ámbito de aplicación es muy amplio y podemos encontrarlo en alimentos y bebidas pero también en productos de higiene personal como pastas dentífricas y enjuagues bucales. No se autoriza su uso en pastelería ni panadería.
¿Entonces por qué tiene tan mala fama? Desde los años 70, la sacarina ha sido objeto de estudio y aunque ninguno concluyente se asocia su ingesta a diferentes efectos negativos sobre la salud: Modificación de la microbiota intestinal, disfunción renal y hepática y hasta cáncer de vejiga. Por el momento sin evidencias científicas sólidas aunque sí que se han encontrado evidencias de un aumento desmesurado del apetito en aquellas personas consumidoras habituales de sacarina, por lo que su efecto dietético quedaría en entredicho.
La sacarina es uno de los aditivos artificiales más antiguos que existen. Se descubrió en 1879 en la Universidad John Hopkins de Baltimore – USA y su poder endulzante es hasta 500 veces superior al azúcar aunque sin calorías. El cuerpo humano no tiene capacidad para metabolizarlo por lo que se expulsa prácticamente íntegro a través de la orina.
¿Utilizas sacarina?